viernes, 14 de octubre de 2011

Un viaje

Mi casco, mi moto una mochila con algo de ropa y kilómetros por delante, mi viaje empezó por un impulso, que me sacó de la cama y me hizo salir sin saber mi destino, un impulso que creció durante años, pero que sólo esa mañana me llevó a empezar el viaje. Era un deseo de conocer, de vivir, de sentir, pero que siempre obtenía de la razón la respuesta de ahora no.

Empecé diciendo, llego al País Vasco y vuelvo, pero al llegar allí decidí ir a Paris y vuelvo, luego Luxemburgo y vuelvo, Bruselas, Amsterdam, Berlín y nunca volvía, ahora me toca decidir, volver o seguir, pero se que no vuelvo. El viento en la cara, los paisajes y las personas que me he cruzado llenan mi memoria de recuerdos fantásticos, pero quiero más, sentir otros vientos, otras vistas, los olores de los campos y las montañas. Son seis meses que llevo de viaje, pero empieza el verano y me parece que es el mejor momento de llegar a Moscú.


Todo lo que voy dejando atrás es pasado, el presente es mi moto y las ciudades que me quedan por ver son mi único futuro. En cada ciudad busco un trabajo, un residencia barata y ahorro dinero para el próximo salto. De esa manera me da tiempo a conocer la ciudad con sus particualridades, a conocer a sus personas, sus garitos, vivir a su ritmo, sentir su corazón.
La libertad me lleva a pararme en cada rincón, cada paisaje, disfrutando las vistas, los olores y los sonidos. Montañas de pinos interminables, lagos de azul profundo, prados de dorados trigos, todo está en los recuerdos de mi pasado.

Camino de Moscú pararé en Varsovia, donde ya por internet localicé a un chico que cede gratis un sofá donde dormir una noche y que me ha dejado que sean 3. Su casa es moderna, con una salita, un cuarto de baño, la cocina y su dormitorio, el sofá es comodo, mucho más que otros sitios donde he dormido, él es un joven agradable, me presenta a su novia el primer día y charlamos en inglés según podemos cada uno. La visita a Varsovia llena de magia mis retinas, sus personas y sus calles hacen que me parezca estar viviendo una película, doy interminables paseos, algunas veces con mi hospedador y otras a mi aire. El último día, cena de despedida, por la mañana abrazos, recuerdos intercambiados y salgo dirección a Moscú, aunque no se cuando tardaré ni donde dormiré por el camino.

En Moscú encuentro trabajo en un hotel, donde me dan la comida y una habitación para dormir en una casita que tienen cerca, es limpiando la cocina, pero me permite conocer gente, aprender algo de ruso, comer y ahorrar un poco dinero. Los días pasan entre trabajo, charlas con los compañeros, paseos por la ciudad y fiestas. En ese tiempo llega el invierno y decido quedarme hasta que pase, disfrutando un poco más de la compañía de mis nuevos amigos y amigas. Los paseos por las calles se reducen en invierno, pero no dejo de pasear de vez en cuando por la plaza roja, que siempre bulle de turistas que piensan que en dos días que pasan en Rusia pueden conocerla, un poco ilusos, ya que ni en meses llegas a conocer Moscú, mucho menos la inmensidad de Rusia en dos días.

Llega el verano de nuevo, aviso en el hotel y me voy, ¿destino? Estambul, si hay una ciudad donde quiero respirar un ambiente distinto, ¿que mejor que aquella con un mercado con olores a especias? El camino es largo,  como siempre he buscado un alojamiento barato en un par de pueblos hasta llegar a mi destino, son más de 2000 kms y más de 40 horas en total, así que pararé 4 veces hasta llegar. Salgo dirección a mi destino, pasando por zonas de cultivo rusas, inmensos latifundios que se extienden a un lado y otro de la carretera, dan paso a bosques entre los que me muevo dejando la velocidad como un recurso para adelantar algún que otro camión maderero. Cuando me entra hambre, paro donde encuentro un buen sitio para comer, cuando me entra sueño paro en el sitio más cercano de los que busqué. Voy acercandome poco a poco a la costa del mar negro, muy distinto de aquel que veía en Cádiz. El sol no calienta igual, la brisa no la siento igual pero los nuevos recuerdos que se añaden a lo ya vivido hacen que sienta la plenitud de mi vida.

Por fín llego a Estambul, ciudad de emperadores y sultanes, con sus mezquitas que fueron antes iglesias, justo al contrario de mi Andalucía natal, donde las mezquitas hace más de 500 años que son iglesias. Esta vez no tengo que buscar ningún trabajo, ya que lo había encontrado por internet antes de salir, otro hotel, otra cocina, una habitación alquilada y muchas cosas por aprender.

La hospitalidad de los habitantes, el continuo ir y venir de mercancías y personas, hacen que la magia de Estambul se impregne en mi. Cada paseo por la ciudad me lleva a descubrir un rincón de la historia, griegos, romanos, bizantinos, cruzados y turcos han controlado la ciudad, pero más bien se diría que esta los absorvió a ellos.

Tomando un té, aromático y delicioso, observo la gente al pasar, el sol en mi rostro ilumina aún más mi cara, a ratos leo un libro que me traje de España y ya leí varias veces, a ratos miro, a ratos simplemente escucho. La variedad de la población resultaría chocante a ojos de alguien que viniese de cualquier pueblo de Europa, donde suelen ser más iguales todos. Como en Londres o Paris, la ciudad es cosmopolita y se deja notar. Mujeres vestidas a la usanza árabe comparten la calle con otras que llevan minifaldas y van maquilladas al estilo occidental. Igualmente los hombres van desde el estilo más clásico árabe al más moderno occidental, pasando por ropas que recuerdan los años 50.

Paso parte de un verano, el otoño y en invierno voy a aprovechar para pasar hacia China, ya que cruzaré territorios que en verano hace mucho calor. Son 5 días de viaje hasta Teherán, por zonas áridas y poco pobladas, aunque la mayoría de las veces duermo en casas de pastores y gente humilde que me ofrece hospitalidad, casi sin entender lo que digo. Sólo el saludo que yo pronuncio salam aleicum pero que se escribe As-Salamu Alaikum, me abre las puertas, aunque no saben que pensar de ese loco que viene de occidente a no sabemos qué.

En Irán todavía se nota la grandeza de la antigua Persia, aunque como su antigua enemiga Grecia más se nota por ruinas y antiguedades que por la riqueza económica de la gente. Por todas las ciudades y pueblos que paso la gente sigue su vida a ritmos de otras épocas.

 De Teherán sigo mi ruta por el sur del mar caspio, terminando en una población china que se llama Kisilzu y en la que inicio un camino por el sur del desierto de Taklamakán.

Ya en China, las autoridades me permiten trabajar durante mi paso por el país, pero sobre todo quieren leer mi diario, supongo que para ver lo que voy escribiendo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario